martes, 19 de enero de 2010

Sería difícil imaginar un embarazo más tumultuoso que el que soportó una mujer a la que llamaré Susan. Sin marido —el esposo la había abandonado pocas semanas después de que ella se enterara de que estaba embarazada— y
acosada por permanentes problemas económicos, Susan ya tenía dificultades más que sobradas, cuando, en el sexto mes de embarazo, se le detectó un quiste precanceroso en un ovario Se planteó su extirpación inmediata y, al comunicarle que la intervención quirúrgica la haría abortar, Su- san se negó. Mediada la treintena, Susan estaba convencida de que era su última oportunidad de tener un hijo y lo deseaba desesperadamente. Más tarde me dijo: «Nada más tenía importancia. Habría corrido cualquier riesgo con tal de tener a mi hijo.me parece que, a cierto nivel, su hija percibió ese deseo. Andrea, nombre que recibió la pequeña, nació sana y en el momento de escribir este libro, dos años después, es una niña normal, feliz y bien adaptada Después de seguir a dos mil mujeres durante el embarazo y el alumbramiento, la doctora Monika Lukesch —psicóloga de la Universidad Constantine, de Frankfurt, República Federal de Alemania— llegó a la conclusión de que la actitud de la madre producía el efecto más importante en la forma de ser del infante. Todas ellas provenían de la misma extracción económica, eran igualmente inteligentes y habían gozado del mismo grado y calidad de asistencia prenatal. El único y principal factor distintivo era la actitud hacia sus hijos no nacidos, que resultó tener un efecto crítico en los bebés.

El doctor Gerhard Rottmann, de la Universidad de Salzburgo Austria, llegó a la misma conclusión. Su estudio es especialmente digno de mención porque demuestra las sutiles distinciones emocionales que es capaz de hacer el feto. Sus sujetos, ciento cuarenta y una mujeres, fueron clasificadas en cuatro categorías emocionales, basadas en la actitud que tenían hacia el embarazo Las mujeres con actitud negativa —a las que llamó Madres Catastróficas— como grupo, tuvieron los problemas médicos más difíciles durante el embarazo y alumbraron la tasa más elevada de infantes prematuros de poco peso y emocionalmente perturbados .

Los niños no nacidos de Madres Indiferentes también parecían estar profundamente confundidos con respecto a los mensajes mixtos que captaban. Sus madres tenían diversas razones para no desear descendencia —habían hecho carrera, tenían problemas económicos, todavía no estaban
preparadas para ser madres—; no obstante, los tests del doctor Rottmann demostraban que inconscientemente deseaban el embarazo .

El doctor Stott también opina que éste es un elemento decisivo. Califica un mal matrimonio o una relación negativa como una de las principales causas de daño emocional y físico en el útero, calcula que una mujer miembro de un matrimonio mal avenido corre un riesgo 237 veces superior de alumbrar un niño psicológica o físicamente enfermo que una mujer que vive una relación segura y nutritiva, incluso peligros tan ampliamente reconocidos como la enfermedad física, el consumo de tabaco y la realización de un trabajo agotador durante el embarazo, plantean un riesgo menor para el niño intrauterino. Sus cifras son convincentes , El hecho de que un niño sea producto de un matrimonio desdichado o de una madre indiferente, ambivalente o incluso catastrófica, no necesariamente significa que de adulto se convierta en un caso de esquizofrenia, alcoholismo, promiscuidad o agresividad, El modo en que lo experimenta —como amistoso u hostil— crea predisposiciones de la personalidad y el carácter. En un sentido muy real, el útero establece las expectativas del niño. Si ha sido un entorno cálido y amoroso


El mundo será su envoltura tal como lo ha sido el útero. Si dicho entorno ha sido hostil, el niño esperará que su nuevo mundo sea igualmente poco atractivo , La vida será más dificultosa para él que para un niño que ha tenido una buena experiencia uterina. La timidez de los pequeños que dan los primeros pasos y que han sido calificados de ansiosos en el útero es una muestra de las características prenatales vaticinadoras de la conducta posterior; un ejemplo aun más claro es un estudio a largo plazo sobre los adolescentes Como cabía esperar, los investigadores no hallaron una correlación exacta entre la conducta de los sujeto sin útero y su conducta como adolescentes.

la vara de medir era el ritmo cardíaco que, al igual que la actividad, es un buen indicador de la personalidad del feto. Al controlarlo, podemos determinar de qué manera cada niño reacciona ante las tensiones y los temores (en este caso, la fuente era un ruido fuerte producido cerca de la madre) y de este modo aprender algo sobre el estilo de su personalidad, cada niño intrauterino reacciona ante la tensión según su peculiaridad, sino también que esa reacción nos dice algo
Importante acerca de la personalidad futura del niño. Analicemos a los que denominaré de baja reacción, es decir, los fetos que, a juzgar por la constante estabilidad de su ritmo cardíaco. Los investigadores descubrieron que mantenían el control de sus emociones y de su conducta.



De una manera muy distinta, se apreció la misma correlación en los adolescentes
que habían reaccionado en exceso (evaluado según las fluctuaciones de su ritmo
cardíaco) al ruido producido en el útero. En conjunto, todavía eran notablemente
emotivos. Estas diferencias incluso aparecieron en los estilos cognoscitivos o de
pensamiento de ambos grupos.

éste fue mucho más propenso a dar una interpretación emocional y creativa, describiendo no sólo lo que había en la imagen, sino lo que pensaba que sentía la gente representada en ella, si estaban tristes o contentos, inquietos o despreocupados. Por su parte, los de baja reacción solían hacer descripciones muy concretas.

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